Septenario, número del ritmo, continuó Fronesis, haciendo el gesto de un largo resuello- el ritmo logrado por el herrero ablandando el hierro al fuego, tan tan tan, tin tan tan...tan.
La Zikurat de los babilonios, la torre de los siete pasos.
Los siete planetas, los siete metales en la mesa de fundición,
aplastados por el martillo de Thor.
La perla rosada, en el centro de los siete metales, destruída para siempre; infinitud de su búsqueda en la melodía infinita, en la reminiscencia que lucha contra el oleaje, alejándose sin cesar.
Heptaplo de Pico della Mirándola, donde traza los signos cabalísticos de los siete días de la creación.
“Las esferas -nos recuerda Cicerón en el “Sueño de Escipión”- producen siete sonidos distintos, el siete es el ruido de todo lo que existe”. Y a los hombres que han sabido imitar esa armonía, con la lira y la voz, les es más propicio el regreso a ese mundo sublime, de la misma manera que otros por su genio son transportados a la altura de los conocimientos divinos. “Tin, tan, tan... tin, tan, tan... tan”, terminó Fronesis, un tanto absorto..
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