Synesiorum somniorum omnis géneris insomnia explicantes.
EL LIBRO DE LOS SUEÑOS. Interpretación sinesiana de todos los géneros de sueños. Gerolamo Cardano, 1562. Edición de la Asociación española de Neuropsiquiatría, Madrid 1999. Traducido por Marciano Villanueva Salas.
Juan José Albert me envió desde Alicante este tesorito al que difícilmente hubiera accedido por otro canal. Mil gracias, Juanjo.
El Libro de los Sueños de Girolamo (o Gerolamo) Cardano suele aparecer en los capítulos dedicados a la historia de la interpretación de los sueños como un monolito aislado en el trayecto que une la antigua Grecia con la Viena del milnovecientos. El autor defiende ardientemente la utilidad del estudio de los sueños y de los intérpretes profesionales.
Es un libro que me parece saturado de tristeza. Un hijo del autor fue condenado a muerte y ajusticiado, y su ausencia se hace presente en el texto una y otra vez
“Ay!, dice, si hubiera interpretado correctamente aquel sueño, mi hijo, tal vez… pero yo lo hice bien…Ay!”.
Artemidoro tuvo la suerte de poder dedicar su cuarto libro a su hijo, transpasándole cuanto había aprendido para que con ello se ganase la vida. Cardano, su sucesor seiscientos años después, no tuvo ese consuelo. Y quedó febril. Su estilo es torrencial. Su búsqueda lo abarca todo; pero todo, todo, todo. Paradójicamente, parece negar cualquier magia al mundo onírico; parece creer, por encima de todo, que no hay nada en lo soñado que no aparezca como representando un sentido, y un sentido unívoco. Sólo la pereza humana en superar su ignorancia hace posible el que desconozcamos todavía claves y lances en la interpretación de los sueños. Si nos lo tomáramos todos en serio, tan en serio como él, tendríamos a nuestro alcance la más perfecta representación de lo que nos espera en los futuros. Sabremos si son sueños sintomáticos de desarreglos físicos o si son desahogos de la memoria, o si vienen desde un origen celestial. Sabremos qué nos va a suceder y cómo habremos de actuar, y qué podremos esperar en cada ocasión. Y, tal vez…, mi hijo, mi pobre hijo, tal vez…, si hubiera interpretado correctamente…
Página 232, Libro II, capítulo 1, titulado “de cómo se distinguen los sueños según sus diferencias”… “no es en absoluto digno de fé cuanto ha escrito Cicerón sobre temas tales como el arte de la adivinación… Es absolutamente intolerable que Cicerón concluya su “De Divinatione” afirmando que ha disertado sobre estas materias no porque se inclinara personalmente hacia una opinión concreta, sino para dejar en suspenso los juicios y las interpretaciones. Verdaderamente, ¡qué ilustre filósofo es el que tras un tratado tan extenso no consigue otra cosa que el hacernos sentir inseguros!.Habría sido mejor engañar que sembrar dudas. ¿Qué he ganado malgastando tanto tiempo en su estudio, salvo haber perdido las certezas que antes tenía?. ¿Vale la pena fatigarse tanto para adquirir ignorancia?...” y, además, ¿me mostré yo ingrato hacia mis sueños… como Cicerón con el “sueño de Mario”? De momento lo aceptó, y lo consideró útil, pero luego, una vez vuelto del destierro, se burló de la providencia divina… he aquí porqué Cicerón no habría merecido, a causa de su ingratitud, recibir más avisos en sueños, aunque los hubiera pedido. ¡Ójala hubiera podido recibir yo, que sí los agradezco, avisos acerca de lo que habría de ocurrirle a mi hijo! A buen seguro no estaría ahora muerto”.
Este libro es, a pesar del intento de su autor de edificar una estructura sólida y racional, una suerte de chorro de surrealismo avant la pâge. Me tentará a menudo con sus enumeraciones interminables, de las que ofrezco el siguiente ejemplo (pag 56/57)
“ … conviene distinguir en el mundo partes… que son el fuego, el aire, el agua, la tierra, las fuentes, los ríos, los lagos, los arroyos, los montes, los valles, los estanques, el mar en sentido propio (porque a veces el océano equivale al agua), los manantiales y los pantanos, las ciudades, las casas, las regiones, los prados, los bosques, las selvas, los campos, los pastos, los desiertos, las covachas, las viñas, los campos de labor, las plazas, los templos, los púlpitos, las tribunas, “los rostra”, los árboles, los huertos, los arbustos, las hierbas, las hojas, las flores, las cortezas, las raíces, los frutos, las ramas, los troncos, las piedras, los metales, las gemas, los objetos metálicos, los animales domésticos y los salvajes, las serpientes, los cuadrúpedos, las aves, los peces y las partes de cada uno de los animales, los demonios, los muertos, los familiares, los hijos, los criados, los padres, los hermanos y las hermanas, los vecinos, los enemigos, la servidumbre, los parientes, tanto de sangre como los adquiridos, los reyes, los personajes públicos, los magistrados, las máquinas, el ajuar, los ornamentos, los libros, las armas, las flechas, los instrumentos de todo género, las oficinas, las tabernas, las farmacias, las posadas, los músicos, los médicos, los sacerdotes, las comadronas y todos los artesanos uno por uno; la lana, el algodón, la seda, el esparto, el lino; la carne, el pan, el vino, los cereales, las legumbres, el tártaro y el infierno, la cárcel, los santos, las estatuas, las imágenes, las torres, las columnas, las rocas, los acuarios, los pozos, las letrinas, las naves y sus componentes, las cuerdas, las ruedas, las cuádrigas, las escalas, los lazos, las tejas, los lechos, las cuevas, las vorágines, los frenos, las riendas, los lunares, los clavos, los jaeces, los cubiletes, los dados, los trompos, las trufas, los hongos, el pescado salado, las tortas y otras cosas parecidas.”
Casi podemos ver al autor debatirse entre sus dos necesidades, la de llegar a todo y la otra de atender a cada recoveco “los árboles, los huertos… las ramas, los troncos… ¿sigo con “las espigas, los hongos, los leños, o empiezo con “las piedras, los metales…? ¿meto “las cadenas, los yunques, las monedas”… o las doy por incluídas? ¿cómo es que me vienen ahora “las rocas” entre “las columnas y los acuarios” y no junto a “las piedras y las gemas”? ” Decididamente sí que incluyo Los Hongos, aunque sea entre “las trufas” y “el pescado salado”. “…los muertos, los familiares, los hijos…”
Hay disponibles, Google mediante, distintas efigies de nuestro autor (entre paréntesis: en la web aparece mucho más citado como matemático que como intérprete de sueños, véase la wikipedia). He seleccionado algunas como ilustración. ¿Qué sensaciones producen?
EL LIBRO DE LOS SUEÑOS. Interpretación sinesiana de todos los géneros de sueños. Gerolamo Cardano, 1562. Edición de la Asociación española de Neuropsiquiatría, Madrid 1999. Traducido por Marciano Villanueva Salas.
Juan José Albert me envió desde Alicante este tesorito al que difícilmente hubiera accedido por otro canal. Mil gracias, Juanjo.
El Libro de los Sueños de Girolamo (o Gerolamo) Cardano suele aparecer en los capítulos dedicados a la historia de la interpretación de los sueños como un monolito aislado en el trayecto que une la antigua Grecia con la Viena del milnovecientos. El autor defiende ardientemente la utilidad del estudio de los sueños y de los intérpretes profesionales.
Es un libro que me parece saturado de tristeza. Un hijo del autor fue condenado a muerte y ajusticiado, y su ausencia se hace presente en el texto una y otra vez
“Ay!, dice, si hubiera interpretado correctamente aquel sueño, mi hijo, tal vez… pero yo lo hice bien…Ay!”.
Artemidoro tuvo la suerte de poder dedicar su cuarto libro a su hijo, transpasándole cuanto había aprendido para que con ello se ganase la vida. Cardano, su sucesor seiscientos años después, no tuvo ese consuelo. Y quedó febril. Su estilo es torrencial. Su búsqueda lo abarca todo; pero todo, todo, todo. Paradójicamente, parece negar cualquier magia al mundo onírico; parece creer, por encima de todo, que no hay nada en lo soñado que no aparezca como representando un sentido, y un sentido unívoco. Sólo la pereza humana en superar su ignorancia hace posible el que desconozcamos todavía claves y lances en la interpretación de los sueños. Si nos lo tomáramos todos en serio, tan en serio como él, tendríamos a nuestro alcance la más perfecta representación de lo que nos espera en los futuros. Sabremos si son sueños sintomáticos de desarreglos físicos o si son desahogos de la memoria, o si vienen desde un origen celestial. Sabremos qué nos va a suceder y cómo habremos de actuar, y qué podremos esperar en cada ocasión. Y, tal vez…, mi hijo, mi pobre hijo, tal vez…, si hubiera interpretado correctamente…
Página 232, Libro II, capítulo 1, titulado “de cómo se distinguen los sueños según sus diferencias”… “no es en absoluto digno de fé cuanto ha escrito Cicerón sobre temas tales como el arte de la adivinación… Es absolutamente intolerable que Cicerón concluya su “De Divinatione” afirmando que ha disertado sobre estas materias no porque se inclinara personalmente hacia una opinión concreta, sino para dejar en suspenso los juicios y las interpretaciones. Verdaderamente, ¡qué ilustre filósofo es el que tras un tratado tan extenso no consigue otra cosa que el hacernos sentir inseguros!.Habría sido mejor engañar que sembrar dudas. ¿Qué he ganado malgastando tanto tiempo en su estudio, salvo haber perdido las certezas que antes tenía?. ¿Vale la pena fatigarse tanto para adquirir ignorancia?...” y, además, ¿me mostré yo ingrato hacia mis sueños… como Cicerón con el “sueño de Mario”? De momento lo aceptó, y lo consideró útil, pero luego, una vez vuelto del destierro, se burló de la providencia divina… he aquí porqué Cicerón no habría merecido, a causa de su ingratitud, recibir más avisos en sueños, aunque los hubiera pedido. ¡Ójala hubiera podido recibir yo, que sí los agradezco, avisos acerca de lo que habría de ocurrirle a mi hijo! A buen seguro no estaría ahora muerto”.
Este libro es, a pesar del intento de su autor de edificar una estructura sólida y racional, una suerte de chorro de surrealismo avant la pâge. Me tentará a menudo con sus enumeraciones interminables, de las que ofrezco el siguiente ejemplo (pag 56/57)
“ … conviene distinguir en el mundo partes… que son el fuego, el aire, el agua, la tierra, las fuentes, los ríos, los lagos, los arroyos, los montes, los valles, los estanques, el mar en sentido propio (porque a veces el océano equivale al agua), los manantiales y los pantanos, las ciudades, las casas, las regiones, los prados, los bosques, las selvas, los campos, los pastos, los desiertos, las covachas, las viñas, los campos de labor, las plazas, los templos, los púlpitos, las tribunas, “los rostra”, los árboles, los huertos, los arbustos, las hierbas, las hojas, las flores, las cortezas, las raíces, los frutos, las ramas, los troncos, las piedras, los metales, las gemas, los objetos metálicos, los animales domésticos y los salvajes, las serpientes, los cuadrúpedos, las aves, los peces y las partes de cada uno de los animales, los demonios, los muertos, los familiares, los hijos, los criados, los padres, los hermanos y las hermanas, los vecinos, los enemigos, la servidumbre, los parientes, tanto de sangre como los adquiridos, los reyes, los personajes públicos, los magistrados, las máquinas, el ajuar, los ornamentos, los libros, las armas, las flechas, los instrumentos de todo género, las oficinas, las tabernas, las farmacias, las posadas, los músicos, los médicos, los sacerdotes, las comadronas y todos los artesanos uno por uno; la lana, el algodón, la seda, el esparto, el lino; la carne, el pan, el vino, los cereales, las legumbres, el tártaro y el infierno, la cárcel, los santos, las estatuas, las imágenes, las torres, las columnas, las rocas, los acuarios, los pozos, las letrinas, las naves y sus componentes, las cuerdas, las ruedas, las cuádrigas, las escalas, los lazos, las tejas, los lechos, las cuevas, las vorágines, los frenos, las riendas, los lunares, los clavos, los jaeces, los cubiletes, los dados, los trompos, las trufas, los hongos, el pescado salado, las tortas y otras cosas parecidas.”
Casi podemos ver al autor debatirse entre sus dos necesidades, la de llegar a todo y la otra de atender a cada recoveco “los árboles, los huertos… las ramas, los troncos… ¿sigo con “las espigas, los hongos, los leños, o empiezo con “las piedras, los metales…? ¿meto “las cadenas, los yunques, las monedas”… o las doy por incluídas? ¿cómo es que me vienen ahora “las rocas” entre “las columnas y los acuarios” y no junto a “las piedras y las gemas”? ” Decididamente sí que incluyo Los Hongos, aunque sea entre “las trufas” y “el pescado salado”. “…los muertos, los familiares, los hijos…”
Hay disponibles, Google mediante, distintas efigies de nuestro autor (entre paréntesis: en la web aparece mucho más citado como matemático que como intérprete de sueños, véase la wikipedia). He seleccionado algunas como ilustración. ¿Qué sensaciones producen?