Una razón es que no domino las ideas que J.A. Hobson expone, así que no me atrevo a resumirlas; y no dispongo del tiempo necesario como para copiarlas del libro al teclado.
Otra es que más que enfocarlo, lo desenfoco. Cada vez que lo pienso y lo pauto y lo ordeno se me va extendiendo, exactamente como un chorretón de aceite sobre una superficie lisa.
Ya ha salido Maurice Nicoll, cuya recopilación de las charlas y reuniones del grupo de Birdlip en los años 40 -traducidas al castellano y publicadas por la editorial Kier con el título de "Enseñanzas Psicológicas de gurdjieff y Ouspensky, Vols I a V", tan útil me ha llegado a ser a lo largo de los años; y don Emilio Diaz, desde mi Pamplona de 1970, pero no irán solos. Pienso en hablar de Hobson, de Jung; de los indígenas mexicanos, de Suiza y de Hugo Pratt. Y de la ingenuidad que creo apreciar en la crítica que Hobson hace de Freud, y de las concomitancias entre aquellas conclusiones a las que llega a través de su indagación neurofisiológica y la manera de trabajar los sueños de las terapias humanistas.
Quiero hablar de todo: de la metáfora, la inevitable metáfora de los sucesivos abordajes humanos de las dimensiones de la vida. De gente que se siente mal aún no haciendo otra cosa que hacer el bien. De lo accesorio y de lo esencial, y de cómo lo esencial y lo accesorio no pueden ser sino categorías artificiales, utilitarias, vanas.
Quiero hablar de mí, y hacerme hablar.
Contar lo grato que es admirar a alguien.
Y el aceite, imparable, se desliza.
en fin, irá despacito... Por ahora, un poeta, Eugenio Montejo, venezolano, y un poema que no habla de los sueños, aun hablando de ellos...
Se titula
La Casa
En la mujer, en lo profundo de su cuerpo
se construye la casa
entre murmullos y silencios.
Hay que acarrear sombras de piedras,
leves andamios,
imitar a las aves.
Especialmente cuando duerme
y en el sueño sonríe
-nivelar hacia el fondo,
no despertarla,
seguir el declive de sus formas,
los movimientos de sus manos.
Sobre las dunas que cubren su sueño
en convulso paisaje,
hay que elevar altas paredes,
fundar contra la lluvia, contra el viento,
años y años.
Un ademán a veces fija un muro,
de algún susurro nace una ventana,
desmontamos errantes a la puerta
y atamos el caballo.
Adentro de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa servida con las palabras limpias
para vivir, tal vez para morir
ya no sabemos
porque al entrar nunca se sale.
Contar lo grato que es admirar a alguien.
Y el aceite, imparable, se desliza.
en fin, irá despacito... Por ahora, un poeta, Eugenio Montejo, venezolano, y un poema que no habla de los sueños, aun hablando de ellos...
Se titula
La Casa
En la mujer, en lo profundo de su cuerpo
se construye la casa
entre murmullos y silencios.
Hay que acarrear sombras de piedras,
leves andamios,
imitar a las aves.
Especialmente cuando duerme
y en el sueño sonríe
-nivelar hacia el fondo,
no despertarla,
seguir el declive de sus formas,
los movimientos de sus manos.
Sobre las dunas que cubren su sueño
en convulso paisaje,
hay que elevar altas paredes,
fundar contra la lluvia, contra el viento,
años y años.
Un ademán a veces fija un muro,
de algún susurro nace una ventana,
desmontamos errantes a la puerta
y atamos el caballo.
Adentro de su cuerpo la casa nos espera
y la mesa servida con las palabras limpias
para vivir, tal vez para morir
ya no sabemos
porque al entrar nunca se sale.
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