Tan grande fué la impresión que recibí tras aquel sueño que me faltó tiempo para acudir a consultar a una chamana, así que dejé pasar el peligroso Otoño del Yenisei y, tras la temporada de las ventiscas y los días de frío extremo, cuando la tundra comenzaba a deshelarse,
me puse en marcha para, en menos de cinco semanas llegar a su vivienda. Era una mujer relativamente joven, fuerte, que convivía con tres maridos, y cobraba sus servicios a un precio exorbitante. Cuando le conté el sueño, me explicó que era una visión del Antepasado, que me avisaba contra las suegras enojadas, y nada más. Desairada por su desinterés, me giré para alejarme de aquella desagradable usurera cundo oí una voz que me decía:
“siéntate,
quítate el anorak de cuero de morsa
y canta conmigo:
¿Quien sueña, Quién es quien sueña?
La viejecita tumbada en las mantas añora una nieta
a quien poder transmitir entero su amor a la vida;
allá se sueña, en gélidas tierras del Yenisei
interrogando tranquila y sabia a una discípula
a la que llama dándole un nombre lleno de As:
trabaja al alba, clara Tatana, canta Tatana,
Tatana mía, ven con tu abuela”
Tatana, Tatana, despierta
Tatana
despierta....
y entonces me desperté y acudí al camastro donde descansaba la hermana de mi padre,
quien abriendo los ojos legañosos me preguntó:
¿Qué hacías tu en mis sueño?.
Afuera estaba amaneciendo. Volaba bajo un gavilán. Era la hora de dar de comer al ganado.
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