Sueños y Realidad.- 2
"Hallándome de viaje, comía en una posada, o más exactamente en una barraca al borde del camino, donde jugaban a los dados. Frente a mí estaba sentado un joven de buen aspecto, que parecía un poco atolondrado y que, sin preocuparse de la gente, comía su potaje; sin embargo lanzaba al aire una cucharada cada dos o tres, la recibía de nuevo en la cuchara y la tragaba tranquilamente.
Lo que constituía para mí la singularidad de aquel sueño, era que yo hacía mi observación habitual: que tales cosas no pueden inventarse, que hay que verlas (quiero decir que jamás un novelista hubiese tenido una idea parecida); y sin embargo yo acababa de inventar eso aquel mismo instante.
En la mesa donde se jugaba a los dados había una gran mujer delgada que hacía punto. Yo le pregunté qué podía ganar. Ella dijo: ¡nada!, y cuando le pregunté si podía perder algo, dijo: ¡no! – Este juego me parecía muy importante". (febrero 1799). Pg. 52. Lichtenberg, en ANDRE BRETON Antología del humor negro
Esta traducción de un sueño de Lichtenberg aparece en la edición de Anagrama de la imprescindible Antología del Humor Negro, obra de André Breton de los Herreros. Ediciones Valdemar publicó en el año 2000 una selección de aforismos de este autor germano (1742-1799). Incluido entre lo publicado, este sueño mantiene su sabor paradójico en la traducción de J.R. Hernandez Arias, y resalta topográficamente un detalle que no es señalado en la otra edición:
“Lo que me parece especialmente extraño en el sueño es que realicé mi observación habitual de que estas cosas no se pueden inventar, de que se han tenido que ver (a ningún novelista se le hubiera ocurrido) y, sin embargo, lo inventé en el instante.”
Parece como si el sueño recibiese ayuda de los mismos mecanismos que nos ayudan a aceptar como real el inverosímil, vertiginoso devenir cotidiano. Se nos presentan a los sentidos tal cantidad de prodigios sucesivos… y los aceptamos, los integramos, les damos Label de Producto Propio, Appelation Controllée. Verano 2006: en la otra punta del Mediterráneo autonombrados Judíos y Hezbollistas se masacran; tras el primer impacto, “No pienses”, me digo, y lo acepto.
Muchas gentes dicen “es horrible, cómo me acostumbro, cómo nos acostumbramos, cómo anestesiamos nuestra sensibilidad tras quince o veinte muertos, tras unas cuantas tragedias”. Comparto su horror y me pregunto al mismo tiempo por el cómo, cómo es que logramos hacerlo, mediante qué nos sustraemos a impactos excesivos, mediante qué aceptamos sucesivamente la existencia de átomos, de virus, de quarks, de galaxias, de tsunamis…
Si miro a los sueños, veo, como lo hizo Lichtenberg, como tantos otros que conjeturo anteriores a él, mecanismos que sirven para eso: para que lo excesivo se nos haga, lo antes posible, ordinario.
(Aún advierto una segunda discrepancia entre ambas traducciones. El la versión de Breton, aparece al final la fecha Febrero 1799. La de Hernández, comienza así: “En la noche del 9 al 10 de Febrero de 99 soñé que…”. En los datos que manejo, nuestro autor falleció el 24 de Febrero de 1799, es decir, 14 días después de ese sueño, y aún menos de esta anotación suya. Dos cosas nos dicen estas fechas: La disposición de su espíritu a dos semanas de su óbito y que daba valor e importancia a un juego en el que nada se podía ganar, nada se podía perder. Parece considerar con ecuanimidad. Y me parece una valiosa metáfora sobre la misma vida humana para un momento tan especial como la víspera del tránsito).
"Hallándome de viaje, comía en una posada, o más exactamente en una barraca al borde del camino, donde jugaban a los dados. Frente a mí estaba sentado un joven de buen aspecto, que parecía un poco atolondrado y que, sin preocuparse de la gente, comía su potaje; sin embargo lanzaba al aire una cucharada cada dos o tres, la recibía de nuevo en la cuchara y la tragaba tranquilamente.
Lo que constituía para mí la singularidad de aquel sueño, era que yo hacía mi observación habitual: que tales cosas no pueden inventarse, que hay que verlas (quiero decir que jamás un novelista hubiese tenido una idea parecida); y sin embargo yo acababa de inventar eso aquel mismo instante.
En la mesa donde se jugaba a los dados había una gran mujer delgada que hacía punto. Yo le pregunté qué podía ganar. Ella dijo: ¡nada!, y cuando le pregunté si podía perder algo, dijo: ¡no! – Este juego me parecía muy importante". (febrero 1799). Pg. 52. Lichtenberg, en ANDRE BRETON Antología del humor negro
Esta traducción de un sueño de Lichtenberg aparece en la edición de Anagrama de la imprescindible Antología del Humor Negro, obra de André Breton de los Herreros. Ediciones Valdemar publicó en el año 2000 una selección de aforismos de este autor germano (1742-1799). Incluido entre lo publicado, este sueño mantiene su sabor paradójico en la traducción de J.R. Hernandez Arias, y resalta topográficamente un detalle que no es señalado en la otra edición:
“Lo que me parece especialmente extraño en el sueño es que realicé mi observación habitual de que estas cosas no se pueden inventar, de que se han tenido que ver (a ningún novelista se le hubiera ocurrido) y, sin embargo, lo inventé en el instante.”
Parece como si el sueño recibiese ayuda de los mismos mecanismos que nos ayudan a aceptar como real el inverosímil, vertiginoso devenir cotidiano. Se nos presentan a los sentidos tal cantidad de prodigios sucesivos… y los aceptamos, los integramos, les damos Label de Producto Propio, Appelation Controllée. Verano 2006: en la otra punta del Mediterráneo autonombrados Judíos y Hezbollistas se masacran; tras el primer impacto, “No pienses”, me digo, y lo acepto.
Muchas gentes dicen “es horrible, cómo me acostumbro, cómo nos acostumbramos, cómo anestesiamos nuestra sensibilidad tras quince o veinte muertos, tras unas cuantas tragedias”. Comparto su horror y me pregunto al mismo tiempo por el cómo, cómo es que logramos hacerlo, mediante qué nos sustraemos a impactos excesivos, mediante qué aceptamos sucesivamente la existencia de átomos, de virus, de quarks, de galaxias, de tsunamis…
Si miro a los sueños, veo, como lo hizo Lichtenberg, como tantos otros que conjeturo anteriores a él, mecanismos que sirven para eso: para que lo excesivo se nos haga, lo antes posible, ordinario.
(Aún advierto una segunda discrepancia entre ambas traducciones. El la versión de Breton, aparece al final la fecha Febrero 1799. La de Hernández, comienza así: “En la noche del 9 al 10 de Febrero de 99 soñé que…”. En los datos que manejo, nuestro autor falleció el 24 de Febrero de 1799, es decir, 14 días después de ese sueño, y aún menos de esta anotación suya. Dos cosas nos dicen estas fechas: La disposición de su espíritu a dos semanas de su óbito y que daba valor e importancia a un juego en el que nada se podía ganar, nada se podía perder. Parece considerar con ecuanimidad. Y me parece una valiosa metáfora sobre la misma vida humana para un momento tan especial como la víspera del tránsito).