Primero conocí a Lovecraft, en aquella primera edición de Los Mitos de Chtulhu presentada por Rafael Llopis. El prólogo era extraordinario. Y la selección de relatos abría todo un fichero de autores desconocidos e incitantes. Lord Dunsany, autor de "Dias de ocio en el pais de Yann" era uno de ellos.
Ambos nos cuentan que la geografía de su mundo onírico era tan estable
que, a voluntad, se dirigían noche tras noche, a determinados parajes
donde sabían de seguro que hallarían determinada fauna, tal aroma,
un culto particular a un dios específico, sus sacerdotes.
Ambos, no obstante, tenían inesperados encuentros con seres no previstos,
porque lo onírico es -nos dicen- alcanzable, pero no controlable.
Lord Dunsany fué primero, y con un estilo más bien sobrio, apenas se desparramó, apenas trampeó; Lovecraft tomó temas literalmente calcados de su predecesor, pero no lo plagió, fué más lejos y se permitió la exagerada longitud. En mi preferido de los relatos de esta selección, "En busca de la ciudad del sol poniente" creó pasajes,paisajes y paisanajes imperecederos.
Y ambos nos cuentan cómo,
en uno u otro momento
dirigían sus pasos -sus vuelos, sus inmersiones-
a una ciudad maravillosa
que resultaba ser finalmente
el hogar de su infancia.
(Leidos ahora por mí ya no me aportan sorpresa ni me excitan la imaginación; se me hacen pasmosamente ingenuos. Pero vuelvo a ellos y lo que sí que me despiertan es una sonrisa, el recuerdo de una librería de Pamplona, una residencia de estudiantes, un escalofrío...)
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