Sueño tenido en Petrópolis, el primero consolador, de mucha vivacidad, mejor, lleno de realidad. Y, a la vez, por contraste, el más sobrenatural que hasta hoy (mayo 1944) he tenido con mi lindo amor. Yo entré a un lugar al que no sé dar nombre. Parecía en su entrada un gran garage o galpón de guardar aviones: porque no había realmente puerta de entrada, es decir, puerta angosta, sino que se llegaba a lugar techado y ancho, muy espacioso. Pasé por allí -el piso era de cemento como en un hangar. Y llegué a espacio menos grande y muy parecido al patio de esta casa, es decir al jardín. No veía yo plantas, pero estaba hacia el ángulo izquierdo de este patio nuestro de 10 Marco. De pronto se me puso delante, tocándose conmigo el rostro, un vago cuerpo de Yin. Todo él -lo que yo veía mejor, que era la cabeza, los hombros y algo de¡ pecho- todo era vapores, como una nube. Pero la nube o vapor no era la calidad de aquella materia, porque no se evaporaba ella, y era más materia que el vapor. El color de esta materia era muy blanco, mucho, y muy hermosa materia. No vista en ninguna parte como para compararla. Y en esta cosa sobrenatural su cara era, sin embargo, lo más natural de¡ mundo. Igual, idéntica, pero en más infantil la expresión. Sí, mucho más infantil.
Digo que estaba a un palmo de mí, y estaba de pie. No me decía nada. Ni yo a él -lo cual es muy raro. Nos mirábamos como en un éxtasis y en una preciosa unidad. Yo no sentía miedo ni siquiera extrañeza, aunque aquello fuese tan de otro plano, tan salido de lo terrestre.
Tampoco reparaba yo en que no veía a Yin el resto del cuerpo, hacia abajo. Parecía no tenerlo, o tener toda esa parte de su cuerpo menos sólido, menos material que la parte alta.
Yo no reparé en este detalle sino mucho más tarde, al leer en un libro de orientalismo que las almas van perdiendo con el tiempo el bulto inferior de su cuerpo astral hasta quedar de ellas sólo cabeza y hombros; lo que él tenía pues del pecho nada preciso yo vi en mi sueño. Leer esto me impresionó. (Yo no había leído nada semejante que me influyese).
Digo que me dio ese sueño gran descanso y dulzura. Porque la impresión de Yin era verdaderamente angélica, lejana de toda contingencia de aquí abajo: de dolor, de inquietud, de melancolía, de asombro.
Sin embargo, no era, no, un rostro muerto.
Estaba vivo e igual a sí mismo, a pesar de esa materia de sueño. Pero no sufría y no podrá sufrir. Estaba él lejos de cualquier posibilidad de sufrimiento; era otro ser, se hallaba liberado. Jamás he visto en sueños un ser de ese orden. No tengo un solo antecedente de algo siquiera semejante.
Desperté feliz y llena de sorpresa.
No tengo idea del mes: pudo ser octubre. Porque Palma llegó en septiembre y ella me lo oyó contar. Puede haber sido también después (yo no tengo noción del tiempo, casi ninguna).
1 comentario:
Francis los sueños, ¿suelen dar pistas de nuestra vida vivida? Los míos suelen ser muy confusos, cuesta encontrarles sentido y finalidad. Al despertar siempre pierdo toda conciencia de haber soñado. En el caso de Gabriela parece algo sobrenatural, casi místico el encuentro con un ser de otro mundo.
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