lunes, octubre 01, 2007

Pequeños y grandes sueños

La cantidad me dispone a pensar. La cantidad de sueños: digamos que cuatro por noche, que si los multiplicamos por seis mil millones de personas y por los días de un solo año nos permite marearnos sin más espera.

Me importan entonces los sueños que no entran en la categoría de Grandes Sueños. Me explico: allí donde busco me topo con que los sueños son divididos en al menos dos categorías. La una engloba a esos sueños ante los que no cabe sino rendirse, sueños que han demostrado ante la realidad su legítimo derecho a ser tenidos por proféticos; sueños que vehiculan avisos, que infunden esperanzas, que dan lugar a hazañas de arrojo, de piedad. Sus orígenes se atribuyen indistintamente a los dioses o a los antepasados, o a instancias psíquicas con el poder de sintonizar las vibraciones del ocurrir, y se supone que visitan a personas señaladas tanto como a cualquier mortal, pero reaparecen en todas partes: son los Grandes Sueños, y lo demás pueden ser subproductos de la digestión o representaciones de deseos reprimidos.



Los Grandes Sueños no presentan problemas; de hecho se les reúne en esa especialísima categoría porque, tarde o temprano, se los entiende. Termina por saberse que decían tal o cual cosa, pero ¿y los otros sueños, los Pequeños Sueños, ¿Hay un código, un lenguaje que nos permita intentar entender aquello de noche tras noche?

En principio, diría yo que no . Entender es referir cosas a otra categoría: esto es aquello. O bien es captar la armonía propia a la situación. No creo que cada sueño remita siempre a otra cosa que a ello mismo, creo que así es el propio sistema del sueño. Así y todo, algunos días, pareciera que captásemos la armonía de esa situación: soñamos plenamente y nos levantamos recordando el sueño. Y somos habitados por su latido, por su "mensaje".

Es la vuelta al Palomar de Calvino: ¿Hay explicación, no la hay?

"Cuenta la leyenda que en el populoso mercado de una antigua ciudad se paseaba todas las mañanas un filósofo ecléctico, célebre observador de la naturaleza, a quien muchos se acercaban para exponrle los más peregrinos conflictos y dudas.

Cierta vez que un Perro daba vueltas sobre sí mismo mordiéndose la cola ante la risa de los niños que lo rodeaban, varios preocupados mercaderes preguntaron al filósofo a qué podía obedecer todo aquel movimiento, y que si no sería algún funesto presagio.

El filósofo les explicó que al morderse la cola el Perro trataba tan solo de quitarse las Pulgas.
Con esto, la curiosidad general quedó satisfecha y la gente se retiró tranquila.

En otra ocasión, un domador de Serpientes exhibía varias en un canasto, entre las cuales una se mordía la cola, lo que provocaba la seriedad de los niños y las risas de los adultos.

Cuando los niños preguntaron al filósofo a qué podía deberse aquello, él les respondió que la serpiente que se muerde la cola representa el Infinito y el Eterno Retorno de personas, hechos y cosas, y que esto quieren decir las serpientes cuando se muerden la cola.

También en esta oportunidad la gente se retiró satisfecha e igualmente tranquila."

A. Monterroso, "La oveja negra y otras fábulas" Edit. Punto de Lectura, Santillana.
El dibujo es obra de Henri Michaux

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