Invitado por Melchor Alzueta y Ana Berruete, del instituto Ananda
(cuya página web http://www.institutoananda.com/ da gusto visitar)
exploré en el grupo –que lo era de Formación en Terapia Gestalt-
la invitación a la ensoñación.
Puse diez minutos de música, Adagio de un concierto para violín de Brahms
sugiriendo que se cerrasen los ojos y se dejara caer la tensión
y se siguiera cualquier imagen que se dejase ver
contemplando el curso que dichas imágenes tomasen.
Resultó, más allá de mis expectativas y mis reticencias.
Hubo cosecha, frondosa y significativa.
Por ejemplo... yo mismo.
Tuve visiones llenas de autonomía y llenas de sugerencias:
Me tumbé desnudo en un arroyo y dos personas me sumergieron la cara en el agua
Y me adapté de inmediato al agua. Estaba muy agradable, llena de vida marina.
Me olvidé de respirar. Me convertí en medusa
Floté entre dos aguas, los tentáculos nacían de mi vientre
Y me dejé hundir hasta que me posé en el fondo
en postura fetal,
y allí permanecí, captando la presencia de todo el entorno,
pero sin respuesta. Tranquilo, sin deseos.
Los tiburones bajaron hasta el fondo, los peces pasaban o huían,
pero no me sentía concernido por todo eso.
Así pasé yo mucho tiempo, me decía; por eso esto es volver a casa
Y volver a casa es esto…
Allí me quedé.
UN ENIGMA
Me lo contaron.
“Durante mi niñez, soñaba que volaba, pero era angustioso, porque iba siempre hacia abajo, sin llegar al límite.
Más adelante, mis sueños cambiaron. Ahora sólo subía, sin límite de nuevo. Ascendía y me decía ¿cómo voy a bajar de aquí?
Un día, aprendí a volar, y descubrí las sensaciones que aquello me proporcionaba.
Y desde aquel día no he vuelto a soñar con el vuelo”
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