Sueño: estoy dirigiendo una sesión de grupo terapeútico. Junto a mí hay alguien -una chica, creo- más joven y mucho más inexperta que yo: está aprendiendo, como observadora y cooterapeuta.
La sesión se va desarrollando con toda normalidad y yo me siento tranquilo y seguro. Como ya llevamos tiempo suficiente, decreto una pausa. Los participantes se quedan en la sala, charlando animadamente entre sí, y yo me retiro con mi ayudante a comentar cómo va la cosa.
Ella está muy agitada, exaltada. Se centra en un hombre del grupo, alguien a quien conozco bien. No está nada satisfecha de cómo está trabajando ni de adonde está dirigiéndose.
Para mis adentros le miro paternalmente y suspiro y "¡ay, el ardor de la juventud!", me digo. "Ay, qué prisas en cambiarlo todo, en conseguirlo todo, qué tiempos aquellos en los que yo creía que lo esencial de la terapia consistía en que Yo "viese" algo en el paciente, "detectase", como un detective de película, y que el paciente tenía la obligación de generar en sí mismo inmediatamente el cambio que yo había detectado y que, lleno de fuego, le estaba transmitiendo!" "Ya, pero ¿y las resistencias? ¿o es que no hay que tomar en cuenta las resistencias?" ...¡bueno..."
Así rumio mientras hago como que le escucho, pero ella está tan enfadada, tan segura, que logra que preste atención a lo que dice...
"¡está completamente supeditado a su madre" "Y mientras lo siga estando, ¡es imposible que cambie!. Ahí está , tranquilizado, dócil, sin ansiedad, seguro y seductor, pero ¿es eso lo que realmente necesita? ¿es ese el cambio real ? Tiene treinta años y sigue absolutamente dependiente con su madre, y así mismo es con cada persona que se encuentra: no se entrega a nadie para no tener que enfrentarse a separarse de su madre, y al mismo tiempo parece que se entrega a cualquiera porque repite ese esquema de subordinación que practica con ella. ¿Es que va a pasar toda su vida sin afrontar las aventuras de la independencia????"
Me siento absolutamente concernido por lo que estoy escuchando. Siento que es absolutamente cierto.
Veo con claridad a ese hombre y le veo sin desarrollarse; sólo sosegado, sólo inofensivo
Siento como cobardía por mi parte lo que estaba tomando por prudencia.
Y siento la llamada de la aventura.
Siento la sangre circulando por mi pecho y por mis brazos; siento aquel fuego de antaño, pero ahora mismo.
Me siento re-comprometido con ese hombre, a quien había ayudado vivamente al principio para retirarme prematuramente de la tutela que él demanda de mí. Siento que tengo que retirarle las muletas.
Siento que quiero acompañarle a esa terra incógnita
En ese estado, vuelvo a la sala. Por la ventana entra volando un bicho. Grande, grueso, anómalo. ¡Pero si es un alacrán! ¡Un alacrán volador!, pero, claro, torpísimo volador: va dando tumbos. Pero la gente no se alarma. ¡No saben ni iquiera lo que es!. Se lo digo, ¡"es un alacrán!", pero no les suena a nada, no les parece peligroso: solo yo veo su cola atizando a ciegas y sé de su veneno.
Me voy en busca de una zapatilla con la que intentar matarlo y el bicho me sigue. Por el pasillo, me sigue. Más salta que vuela, siempre torpemente, pero está claro que me ha elegido como víctima. Yo alcanzo una bota y lo localizo: en el suelo, a dos metros . Desconfío de mi tino lanzando piedras, y solo tengo una bota para atacarle, lo que me pondrá en apuros si fallo, pero apunto y disparo, y la bota le alcanza, quizás no con ejemplar elegancia ni de lleno, pero lo alcanza; cuando me acerco a mirar el resultado, encuentro al alacrán casi partido en dos y desde luego, agonizante.
Hago de este sueño un mensaje a tener en cuenta.
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