jueves, diciembre 24, 2009

a través del espejo: instrucciones


Era un hogar -una casa, un almacén-, totalmente normal. Pero era, al mismo tiempo, un refugio. indetectable. Allí se acogían ciertas personas; personas que eran normales, pero también secretas. Personas preciosas, aunque nada las distinguiese de las demás.
Allí estaba yo acogido. El por qué, me excedía.

Todo en el sueño me excedía.

Alguien-algo se refugiaba, y me hacia partícipe de un misterio inmenso; lo cierto es que a mí aquello me admiraba, pero no me sobrecogía; en absoluto. Aprovechaba para informarme de aquel “mundo tras el mundo”, sin prisa; y para descansar “a mi sabor”, a mi gusto.

Pero, al cabo, no sé por qué ni cómo, oímos en la casa ruidos como de soldados, botas gritos, puertas rotas, echadas abajo. Miraba yo a la mujer cuyo cuartito compartía, poniendo en mis ojos todas mis preguntas: “¿Cómo es posible que lo hayan descubierto? ¿Qué va a pasar ahora, si esta esperanza se trunca? ¿Qué será de la humanidad?”
Ella, tranquila, con su niño en brazos, me señaló el espejo en la pared de enfrente.
“Entra”, me dijo tranquilamente; me hablaba sin palabras. “Vamos al otro lado. No te preocupes: es imposible que nos atrapen” , y me hacía pasar a mí antes que su hijo y que ella misma para mejor hacerme llegar su absoluta confianza.

“¿Cómo voy a entrar yo en el espejo?, me preguntaba yo, ¿habrá detrás un agujero?, pero entonces lo verán también ellos y...”
“Simplemente pasa a través”, siento que me está diciendo.

Me subo a una silla, apoyo la cabeza contra el cristal, empujo y noto la resistencia entre el cráneo y el cristal.
“Empuja: tú puedes”. Y yo confío en ella, porque ella sabe cómo son las cosas que yo no sé cómo son. Y cierro los ojos, empujo con firmeza y sin brusquedad y, tras un instante de resistencia, siento con toda nitidez cómo, con un “plop” sin sonido, atravieso el obstáculo, y pasa el cogote, y el cuello, y los hombros, y estoy en un corto túnel, que atravieso, y ella y el niño vienen detrás; y desaparecen los ruidos del refugio, y estamos en otro mundo, que está a tan solo el grosor de una lámina de cristal de este mundo.

Allí, todo parece “ameno”, cordial. Es uno de los paraísos, con fuentes y jardines y gente afanándose entre los setos.
No me siento raro. No me siento eufórico. Mi interior es el que era.
La vida, sigue.

Todo me excedía, pero la confianza que ponía en lo que ella me proponía no solo habita en este sueño: esa, esa la conozco, y es mía.

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