A veces les sospecha una estructura concéntrica de leopardos
que se acercan paulatinamente a un centro,
a una bestia temblorosa y agazapada, la razón del sueño.
Pero se despierta antes de que los leopardos hayan llegado a su presa
y solo le queda el olor a selva y a hambre y a uñas;
con eso apenas, tiene que imaginar a la bestia, y no es posible.
Comprende que la cacería puede durar muchos otros sueños,
pero se le escapa el motivo de esa silenciosa dilación,
de ese acercarse sin término.
¿no tiene un propósito, el sueño, y no es la bestia ese propósito?
¿A qué responde esconder repetidamente su posible nombre:
sexo, madre, estatura, incesto, tartamudea, sodomía, ?
¿Por qué si el sueño es para eso, para mostrarle al fin la bestia?
Pero no, entonces el sueño es para que los leopardos
continúen su espiral interminable
y solamente le dejen un asomo de claro de selva,
una forma acurrucada,
un olor estancándose.
Su ineficacia es un castigo, acaso un adelanto del infierno;
nunca llegará a saber si la bestia despedazará a los leopardos,
si alzará rugiendo
las agujas de tejer
de la tía que le hizo aquella extraña caricia
mientras le lavaba los muslos,
una tarde en la casa de campo,
allá por los años veinte.
Texto: Julio Cortázar: "Un tal Lucas"
Ilustración: Tumba de los leopardos, siglo V a.d.C. Tarquinia.
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