“Serpientes y calaveras”, página 98: De los 27 cuentecillos que componen el libro, éste es mi preferido. Cuenta otra de las aventuras del señor Palomar, que es un avezado observador que no se mezcla nunca con lo observado (salvedad hecha de aquella vez en que intentó dejar muy muy muy claro a una bañista en topless que no se sentía en absoluto concernido ni conmovido ni nada de nada ante la visión de su desnudo pecho…).
El señor Palomar visita las ruinas de Tula, capital de los Toltecas, acompañado de un amigo experto en aquella enigmática cultura. Este le muestra detalles, fragmentos de los Atlantes, unas columnas antropomorfas, y de los frisos, y de los patios, porque, le explica, en México, cada objeto, cada detalle de bajorrelieve, significa algo que significa algo que a su vez significa algo. Y mientras pasean, van coincidiendo con cierto grupo de visitantes: escolares mexicanos, guiados por un compatriota pequeño, de tez aindiada, que se va deteniendo ante las obras y diciendo en cada ocasión: “No se sabe lo que quiere decir”.
Al señor Palomar le pasa como a mí: disfruta con las explicaciones, pero se fascina con el guía indio. El amigo, sabe; hasta ochenta explicaciones, bien engranadas, acerca de cada cosa; el otro, señala la cosa y cuida de que la intelectualización no tome el espacio que es de la contemplación. Así que el señor Palomar y yo nos sonreímos y, secretamente, nos juramos adoptar el método del “No se sabe lo que quiere decir” y al instante , dice Calvino:
“sabe que nunca podrá sofocar la necesidad de traducir, de pasar de un lenguaje a otro, de figuras concretas a palabras abstractas, de símbolos abstractos a experiencias concretas, de tejer y volver a tejer una red de analogías. No interpretar es imposible…”
Apenas los escolares desaparecen tras un recodo, la voz obstinada del maestrito prosigue: “No es verdad lo que dice aquel señor. No se sabe qué quiere decir”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario