"Una vez más, recomiendo sueños. Vivimos y sentimos tan bien en sueños como en estado
de vigilia, y ambos son igual de buenos. Entre los privilegios del ser humano se encuentra el de soñar y saber que sueña. Por desgracia, no se ha hecho buen uso de esto. El sueño es una vida que, sumada al resto de nuestra existencia, forma lo que denominamos vida humana.
Los sueños se van diluyendo paulatinamente en el estado de vigilia, y no se sabe dónde comienza el estado de vigilia de un hombre" (G.C.Lichtenberg, en Ed. Valdemar.)
En ese tránsito entre soñar y despertarse -todavía soñando y ya despiertos- se han volcado los poetas -y los técnicos del alma-. Lourdes me hace llegar este ejercicio de Octavio Paz (miré hacia dentro... y Yo no estaba...)
UN DESPERTAR
Dentro de un sueño estaba emparedado.
Sus muros no tenían consistencia
ni peso: su vacío era su peso.
Los muros eran horas y las horas
fija y acumulada pesadumbre.
El tiempo de esas horas no era tiempo.
Salté por una brecha: eran las cuatro
en este mundo. El cuarto era mi cuarto
y en cada cosa estaba mi fantasma.
Yo no estaba. Miré por la ventana:
bajo la luz eléctrica ni un alma.
Reverberos en vela, nieve sucia,
casas y autos dormidos, el insomnio
de una lámpara, el roble que habla solo,
el viento y sus navajas, la escritura
de las constelaciones, ilegible.
En sí mismas las cosas se abismaban
y mis ojos de carne las veían
abrumadas de estar, realidades
desnudas de sus nombres. Mis dos ojos
eran almas en pena por el mundo.
En la calle sin nadie la presencia
pasaba sin pasar, desvanecida
en sus hechuras, fija en sus mudanzas,
ya vuelta casas, robles, nieve, tiempo.
Vida y muerte fluían confundidas.
Mirar deshabitado, la presencia
con los ojos de nadie me miraba:
haz de reflejos sobre precipicios.
Miré hacia adentro: el cuarto era mi cuarto
y yo no estaba. Al ser nada le falta
-siempre lleno de sí, jamás el mismo-
aunque nosotros ya no estemos... Fuera,
todavía indecisas, claridades:
el alba entre confusas azoteas.
Ya las constelaciones se borraban.
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