Al dormirme, yo pedí, rogué, más que eso, con una gran fineza emocional y con el fervor muy grande al que pocas veces llego, verlo, saber dónde está, verlo.
Soñé más o menos esto: yo estaba delante de un lugar oscuro, podría decir que tenebroso, dividido en dos partes, sin muro. Una me quedaba a la derecha y la otra a la izquierda, pero éste muy hacia la izquierda y el otro algo allegado al centro.
Yo miré primero hacia la izquierda y vi un montón de materiales que ardían -qué materiales, no sé. Había más humo que fuego. El humo ocupaba el resto del espacio que tampoco era grande. Las llamas no eran vivas, ni eran rojas realmente, eran mortecinas y de un color o granate o rojo -oscuras: humosas digo. No había ninguna figura. 0 no se veía, pues era difícil ver en esa oscuridad. El lugar era sumamente triste y mísero y muy pero muy deprimente.
Tal vez por no soportar su vista miré hacia la derecha, sin mirar al frente. (O es que no había nada al frente). El lugar era allí igualmente oscuro. Y era quieto como el otro. Pero no recuerdo que hubiese llamas sino solamente oscuridad densa, y a esta sombra bajaban unas especies de rayas verticales, más anchas que un rayo -y caían en varios puntos.
Dentro del mismo sueño, yo sabía que esos eran espíritus de otra parte, ángeles o potencias. Su color era de llama, pero no brillante ni realmente hermosa. Pero eran bastante claros en aquella oscuridad subterránea. No se veía si subían otra vez. Porque la vista se me iba a los otros que caían, y el sueño duró poco.
Salí de este extraño sueño por una sensación que nunca he recibido al despertar: como si me hubiesen tirado una correa atada al cuerpo y que me fuera arrancada de golpe y tirada desde la derecha de mi cama, un poco hacia los pies del lecho. El choque fue muy violento -el tirón de la correa. Y de eso desperté, con impresión muy fuerte de haber estado en ese lugar. Con impresión de realidad fuertísima.
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