viernes, septiembre 19, 2008

La Gracia (limones de la china-na, china-na, china-na.)


a veces hay sueños-mensajes-venturosos. Escuchad:


El emperador de la China, que es un mozalbete algo corto, se quería casar, y su padre, contra costumbre, le dejó escoger mujer. Amén de algo corto tenía poca salud entonces, pintaba flores y pájaros, y todas las noches, en su cámara del Palacio de las Cien veletas, soñaba que acariciaba limones redondos.


Mandó el heredero que de todo el imperio le enviaran los retratos, pintados en largas bandas de seda, de las más hermosas doncellas, y se pasaba las mañanas y las tardes contemplándolos, y ninguno encontraba a su sabor, y por las noches seguía soñando que sus manos se posaban en un cestillo de pluma, en el que alguien, en secreto, había puesto dos limones redondos…


Llegó un correo de la más lejana de todas las provincias y traía al señor príncipe heredero setenta retratos, y todas las retratadas eran mocitas que sonreían, inclinando tímidamente
las gentiles cabecitas. Y desenrollando el volumen en que venían las muchachas retratadas,
con su nombre y su condición estofada al margen, se encontró el príncipe con la gracia de
una niña que levantó para él el rostro, abrió los verdes ojos y sus pestañas eran tan largas
y negras como los pelos del pincel con que se pinta la primera letra del nombre del Dragón.


Ambos se miraron largamente, y la mocita, volviendo a la quietud de la pintada seda, se ruborizó. Mandó el príncipe heredero, hace ahora once semanas, que se la trajeran, y casó con ella, y las bodas se hacen allí con una linterna de papel y están los novios esperando a que se consuma la velita, y cuando la linterna se apaga, la boda está hecha.







Regaló a la niña el heredero con dos sombrillas, un collar de perlas, un caracol de plata y diez uñas de oro, y cuando terminadas las reverencias se quedaron solos en la cámara del palacio de las cien veletas, el príncipe le preguntó a la esposa por qué se pusiera colorada en la tela pintada. “Pues, dijo la recién casada, es que yo soy esos limones redondos que tus manos acarician en la noche”. Y el príncipe, que en tan poco tiempo ya engordó cuatro libras cantonesas, le cambió el nombre a su mujer, con consejo de los mandarines, y todos pusieron por escritos en aquellas sus letras tan alineadas que la señora princesa se llama “El limón que sonríe en la noche”.

Esto lo contó Elimas el algaribo al señor Merlín, sentados ambos bajo una higuera, en los campos de Miranda, allá por la página 50 del Merlín y Familia en su edición de Destinolibro, y lo puse por escrito yo que lo escuché, y por encontrarle ilustración dí con esta foto obra de Doña Ouka Lele.

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