Iñaki Aramberri, mi ilustrado colega, me pasó su DVD de “Solaris”, la película dirigida por Tarkovsky. La ví, dejándome levar por su ritmo irresistible (y lentísimo). El director ruso, (también George Clooney lo intentó dirigiendo una segunda e interesante versión), ha decidido ilustrar los aspectos intimistas de la obra de Stanislav Lem, y yo, como lector, me quedo con las ganas de “ver” gracias a la magia cinematográfica las formaciones características del Océano Consciente que es el planeta Solaris.
Me desperté en mitad de la noche con todo un argumento que liga esta novela con el mundo de los sueños. Al levantarme tomé el libro de la estantería: La portada de la edición de Minotauro (edición de 1998, dibujo de Oscar Chichón) representa: un cuerpo tumbado sobre sábanas azules que hacen pliegos; nos da la espalda; ante sus ojos, una escotilla triangular que le separa del exterior: un mar lleno de ondulaciones, del mismo color que las sábanas; de alguna manera lo mismo es más allá de la claraboya que más acá: circunvoluciones cerebrales azules, conciencia o materia, y ese alguien, conciencia y materia que vive, que “es” entre ambas.
Solaris es un planeta que es un océano consciente. Hace más de doscientos años que los hombres llegaron a él, establecieron una base permanente y comenzaron a estudiarlo. Los últimos llegados a la estación experimentan ante nosotros lo que sus antecesores tuvieron en su día ocasión de vivir: la extrañeza, la fascinación, el miedo, la soledad. El mundo/océano/Solaris interactúa con ellos; pero no sigue las premisas lógicas con las que interpretamos nuestra existencia terrestre. Parece generoso, cruel, irónico, desolador, pero van comprobando que Solaris no es nada de eso, sino lo que es. Y eso excede las capacidades humanas de conocimiento.
Cada obra de Lem es simultáneamente en unos cuantos planos de realidad. Esta es un clásico insuperable de la ciencia ficción, pero no es por eso por lo que la escogió Tarkowski, un metafísico. Trata de un hombre encerrado con sus recuerdos y de las senderos que ante él
se abren cuando esos recuerdos son terriblemente tristes. Y nos cuenta de la radical imposibilidad de tomar una decisión adecuada en momentos como ese, y al mismo tiempo
de la ineludible necesidad de lograrlo. Y de cómo el mundo es impermeable al suceder de lo humano. Y de la compasión, y de la belleza, y de la fortaleza con la que el minúsculo ser humano encara su devenir. Pero todo esto sirve como material contrastante para acercarse a una descripción de lo que sucede hasta configurar una Mente. Y para eso, amplificó un cerebro humano hasta el tamaño de un planeta, e hizo que las actividades cerebrales se pudiesen ver, observar – no, desde luego, comprender-.
¿Habla Solaris de los sueños? Ni por un momento!. Pero, allá por la página 130, el protagonista acude a la biblioteca de la estación y se entretiene con "la obra de Giese: Solaris, 10 años de exploración", y especialmente -y mientras lee, nos cuenta , resumidamente, lo que está leyendo-,
con los capítulos referentes a "las formaciones solaristas": fenómenos visibles en la superficie del océano ininterrumpido que se anhela que sean puertas abiertas al conocimiento de los procesos profundos del planeta. Y esas formaciones - y esas esperanzas- me parecen inspiradas, casi calcadas, del fenómeno de los sueños humanos.
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