Me contaron...
Minuciosamente, me dedico a cerrar todas las puertas y ventanales.
Las persianas son viejasy solo encajan de mala manera,
y los pestillos no resistirán más de una patada,
pero no creo que quieran llamar la atención:
son Fiestas de Logroño, la gente está en la calle
y se trata de poder pasar la noche sin sobresaltos.
Si saben que sabemos que nos van a atacarnos, nos dejarán en paz. seguro.
Por si acaso los pequeños, meteros al fondo.
¿Teneis luz? Porque a mí no me queda.
La linterna no enciende y esta vez no son las pilas.
Ni tampoco prenden las luces de los pasillos.
quién iba a imaginar que tuviésemos que enfrentarnos a tanta tontería y tanta mala leche.
Cuando me ha dicho que aquellos animalejos y aquel gas ya me estaban devorando, empezando por el pito y los intestinos, me ha sorprendido, esa es la verdad.
¿Qué podía hacer yo?
Lo que hice, ¿a que sí?
¿Cómo iba a dejarle seguir ahí, metido en esa vitrina dueño de la magia y la muerte?
Por eso le he estado destrozando y machacando el cuerpo a golpes.
Es verdad, se reía.
Mucho me temo que de cada cachito resurja todo entero, pero
¿qué iba a hacer yo? ¡No haberme desafiado!
La familia turca que vive en la cocina son amables de verdad.
Me entienden a la primera: cierran la puerta de atrás -¡menudo acceso libre les estaba dejando!-.
Hoy por tí, mañana por mí.
Por cierto, ¿quién conducirá mañana?...
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