domingo, mayo 16, 2010

un sueño artúrico

Perceval se encuentra en la página 124 de la Demanda del Santo Grial. En la página 123 ha montado temerariamente sobre un caballo muy grande y muy negro, que tiene todas las trazas de formar parte de los recursos del Enemigo. El jaco, como era de temer, galopa como un poseso y quiere lanzarse a las aguas de un hondo río, ante lo que Perceval tiene que hacer el signo de la cruz para que el caballo -que por algo es tan negro...- se encabrite y así se deshaga de su montura. Lanzado por los aires, Perceval , cae al agua -que se incendia al punto por varios lugares-, sale a la otra orilla, se refugia para pasar la negra noche y se dedica a “hacer sus ruegos y oraciones tal como las sabía”.

Ya es de día. Mira alrededor y se percata de que está en una isla, “pero no sabe a cuál”. Trepa, teme, tiembla. Advierte un fortísimo peñasco, y allí que se dirige; lo asciende, lo culmina y en su cumbre recibe la visita de cierto león al que había salvado de tamaño culebrón en la página 97. Ambos camaradas pasan el día en ayunas y se duermen, el uno en las zarpas del otro. Perceval echa a soñar.

En su sueño, dos damas se le aparecen: una joven va delante, monta sobre un león;

otra vieja, cabalga un ofidio, más atrás. “¡Apréstate a combatir mañana”, le avisa la primera. “Mucho daño me habéis hecho gratuitamente, malandrín!”, le amonesta la segunda..


La bronca que la anciana le está echando alarma a nuestro campeón. “¿En qué os hice daño?” “Matasteis un culebrón de mi propiedad cuando estaba venciendo a cierto león. ¿Por qué lo hicisteis, siendo así que león y culebra son ambos animales, y que no conociais de antes a ninguno de los dos?” “Pues hombre... así como que el león se me hacía más... ¿heráldico?” “¡Pues vaya razón de las p...! ¡Haceos vasallo mío para reparar vuestro crimen ecológico!” “¡Para nada!” “¡Andaos con cuidado, joven: mío fuisteis ya antes y mío os haré en la primera ocasión en que os pille despistado!”. Y así termina el sueño, al final de la página 130.


En las páginas 131 y 132, un oportuno bajel todo blanco desembarca en la isla y acepta a Lanzarote como pasajero. Un buen hombre venerable se hace el encontradizo: bien pronto se ve que tiene la misión de confortar y guiar a nuestro protagonista. Una cosa lleva a la otra y el reciente sueño aflora en la conversación, y el vejete, que se las da de intérprete, se adueña de la narración y da las claves de las visiones:


“Perceval, la dama que iba sobre el león en la Nueva Ley; y va cabalgando sobre el león, ¡que es Jesucristo! Esta chica es la fé, la esperanza, la doctrina y el bautismo; ella es la piedra dura y firme sobre la que Jesucristo cimentó la Santa Iglesia . Es más joven que la otra, ¿por qué...? Porque tiene menos años, ya que nació en la Pasión y la Resurrección, mucho después de que la otra empezase a andar sobre esta tierra. Y el mensaje que te traía con sus palabras, pues está claro: ¡Apréstate a combatir!. ¿A quién? ¡Al Enemigo, pardiez!

Y ahora que te he hablado de la una, te pregunto, caballero preclaro, asombro de Occidente: ¿Quien crees tú que es la otra?

.- “¿ Rita Barberá???”
.- ¡¡¡No, so inculto!!! La otra es …. ¡La Sinagoga!”
.- “¿Perdón?”
.- ¡La Sinagoga! ¡La primera Ley! ¡La ley mosaica, el judaismo, el Antiguo Testamento, que quedó obsoleto “tan pronto como Jesucristo trajo la nueva Ley!. Y la serpiente que le trasporta, ¿quién es...?
.- Euuuh.. ¿Benjamin Netanyahu?


.- ¡No, no, no, no! ¡El Enemigo mismo, pues! El Enemigo en tanto en cuanto que Escritura mal entendida y mal interpretada, es decir, regida por la hipocresía, la herejía, la iniquidad ¡y el Pecado Mortal Propiamente Dicho! La serpiente del Edén, mismamente. Y al hablarte de aquella manera en que te habló, no se quejaba de que le mataste la boa constrictor que aniquilaste en la página 97, no, ¡sino de las veces en que, santiguándote ( o santiguándoos, que de ambas maneras se puede decir), echabas abajo la tela de araña de las añagazas del Maligno! Bueno, basta por hoy: me voy con mi nave blanca, que tengo unos prodigios por terminar”.

Y se fué, dejando a Perceval en otra isla, igualmente desconocida, en la que recibió -en las páginas 137 y siguientes- la visita apasionante, lujuriosa, hormonal, sensual y lúbrica de una bella doncella plebella que cabalgaba -¡y cómo cabalgaba!- una nave negra.

Demanda del Santo Grial. Anónimo. Edición preparada por Carlos Alvar. Editora Nacional, 1984.

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