viernes, septiembre 18, 2009

si s´undel mundo, ¡quesiunda!

De esta misma reflexión acerca de lo incompartible de la experiencia personal he salido en otras ocasiones por distintos senderos. El primero me lo sirven en bandeja mis hijos, preguntándose en voz alta, desde críos cosas cómo “Si yo digo que ese coche es amarillo y tú dices sí, es amarillo, ¿cómo se sabe si a lo que tú llamas amarillo es lo mismo que lo que yo llamo amarillo? A lo mejor lo que tú estás viendo es lo que yo llamo rojo, y a lo que yo llamo rojo tú lo ves azul, solo que le llamamos “coche amarillo” y como no cambia de color, pues sigue siendo amarilo, y...” A todo lo cual les he intentado contestar con longitudes de onda y con cromatógrafos, a lo que ellos me objetaban que los daltónicos... hasta que me rendía y aceptaba que de acuerdo, que no hay manera segura de saberlo...


Otras veces, el caos se me ríe a la cara y me dice: de acuerdo, señor listo, nada hay comunicable, pero bien pudiera ser que, a pesar de ir buscando objetivos distintos, dos individuos separados por la lengua, por la distancia, incluso por la muerte, compartan visión más allá de toda posible coincidencia. A ver, abra usted por una página los Cantos de maldoror de aquel Isidore Ducasse y veamos qué sale... Y lo hago, y me río, porque allí hay otro sueño que comparte disfraces con el mío.
Otras veces, el camino me lleva a soluciones nihilistas. Cuando así, veo nítidamente que nada se puede comunicar, que la experiencia humana es pura autoreferencia,que afirmar o negar algo son idénticos y vanos intentos de poner un mojón que señale zonas de realidad. (vanos, porque no hay donde plantar el mojón, amén de que no hay materia tan sólida como para hacer un mojón...) A veces este nihilismo de aficionado se manifiesta en mí en forma de alegría, de libre libertad, y otras en formas melancólicas y peri-desesperadas.

Esta vez ni lo uno ni lo otro. Echo en falta, eso sí, la terraza del Navarra y la conversación sin bridas y sin estribos...
Algo en mí insiste tercamente en que nada de lo que digo ni de lo que diga sirve para nada. y entonces Tatana se ríe y se burla de mi designio de producir algo que sirva para algo.

O bien, me siento acabando una época, caduco, envejecido, y llega Kavafis y me anima a que me porte como si nada de eso fuese cierto, a que no diga que fue un sueño. La hora me señala que estamos en Septiembre, que el nuevo curso empieza, y que está lleno de nuevas posibilidades.

¿A quién sirve lo que sirve?
¿Que voy a soñar esta noche?

Afuera llueve; no así en mi corazón. Miedo y coraje están estirando los músculos para el baile que va a comenzar, y lo mismo hacen vergüenza y deseo.


Con tales bailarines, ¿cómo va a resultar una danza que sirva para algo? ¿cómo una inservible?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sencillo y claro el post y muy buena la foto-collage que le acompaña.

Que se hunda pero bien el mundo que ya es hora ;)

Un abrazo

Uno que acaba de dejar el curro y puede que vaya a Irlanda en breve :)