Ya conté en su día de aquel que, en Jerusalén, planteó su sueño reciente a veintiun intérpretes diferentes y obtuvo de ellos 21 diferentes interpretaciones
-y sigue el apólogo diciendo que las veintiuna interpretaciones se cumplieron-.
He aquí de manos del gran (del augusto, diría incluso), Augusto Monterroso, un soberbio ejemplo de intérpretes e interpretaciones.
“...la etapa infantil de nuestro personaje se cerró con cierta curiosa y repentina regresión a la falta de control de esfínteres, atribuida entonces, por miembros de la familia, a las siguientes causas:
a) falta de carácter;
b) capricho;
c) afán de molestar;
d) sobra de carácter;
e) frío;
f) afán de llamar la atención;
g) herencia paterna;
h) herencia materna;
i) falta de afecto;
j) imitación de otros niños;
k) mimo excesivo;
l) calor sofocante;
m) razones desconocidas;
n) exceso de bebidas refrescantes, en su caso;
o) exceso de comidas irritantes, en su caso;
p) temores nocturnos;
q) insomnio;
r) sentimiento de abandono;
s) fatiga;
t) agresión;
u) rencor contenido;
v) simple deseo;
w) alergia al ambiente;
x) nueva etapa anal;
y) fantasía;
z) todas estas causas juntas.
(Biografía de Eduardo Torres, escrita por su hermano Luis Jerónimo Torres.
Augusto Monterroso, “Lo demás es silencio”, Edit. Seix Barral 1982)
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