domingo, noviembre 15, 2009

el sueño perenne 1


...Del larguísimo sueño de esta noche, he podido rescatar lo que vendría a ser el último capítulo:


Al cabo yo llegaba, con mi maleta, a una estación. Me abría paso entre la gente, mientras escuchaba- o leía- un mensaje, un mensaje que resumía favorablemente lo ocurrido hasta
ese momento y proponía, al mismo tiempo, nuevas líneas de acción. Mientras andaba y leía, pensaba en un conocido que, a la luz de lo que me decía el mensaje, quedaba mal parado en la parte que le había tocado de la misión.

De ahí, al campo: a la Rioja. Una bandada de pajarillos diminutos, sin capacidad de volar, cruzaba el camino junto a mí, y yo los reconocía como pertenecientes a una especia que habrá que estudiar. Ello me dirige hacia una pieza de terreno árido, ...y es entonces cuando me empieza a venir la conciencia de cómo iba a continuar el sueño.

Así que me dirigí hacia la cota más baja de la finca, y de allí hacia unos arbustos, y después tras una roca, y... y ya estaba extraviado, tal y como había previsto. Extraviado, solo, en una ladera semejante a mil otras laderas, sin mapa, sin brújula, sin conocimiento del terreno. Y sin agua, sin comida, sin linterna!

En esas condiciones, bien lo sé, voy a terminar topándome con cualquier desconocido raro, con cualquier sobresalto; y efectivamente doy al rato con una choza miserable, habitada por dos desharrapados, con quienes converso lleno de aprensión y a quienes termino por comprar una bolsa de ajos. No eran ni malos ni bruscos, me digo: yo soy aquí el forastero, el que irrumpe, el raro...

Pretendo poner un poco de sentido a mi deambular, y volver sobre mis pasos, pero, claro: no acierto ni a la de una ni a la de dos. A la de tres, sí que creo reconocer la finca; y vuelvo a dirigirme hacia la presunta salida, pero me mientras me dirijo hacia ella, voy sonriendo como un fatalista, me resigno, me divierto y me harto a partes iguales: y, finalmente doy a un nuevo paraje desconocido.

Ese andar de aquí a allá, sin misión y sin rumbo fijo, ese perderme como forma de buscar es, no obstante, mi tarea. Eso es lo que se espera de mí, lo que la vida me trae. Así que entro en aquella construcción, en aquel redil, que han reacondicionado como tasca, y acepto el pan que me ofrecen, me dejo conducir a la barra, les escucho aconsejarme que compre más vituallas, tomo la bolsita con frutos secos que ponen
en mis manos y bruscamente la dejo cuando me piden por ella un precio abusivo
y salgo apresuradamente. Encamino mi rumbo hacia el valle.

Bajo a la aldea. ¡Ya he estado aquí antes! Fué una vez, hace muchos años. Las laderas estaban pobladas por carboneros y leñadores, y no recuerdo ni la ruta de entrada ni la de salida: solo me acuerdo de lo difícil que me resultó salir de allí.

Los pajarillos no han vuelto a aparecer. El paisaje se va agregando a otros paisajes de otros sueños: La Rioja como un lugar primitivo y cerrado, la Rioja que es la rojiza Tierra de Cameros, cruzada por carreteras envejecidas. Al fondo, hay nieve. En alguna parte existe un seminario. En algunas casas hay cascadas de agua: en todas hay gente de edad avanzada.

Sé de sobra, durante todo el tiempo, que si avanzo, me perderé. Que carezco de la memoria necesaria para emprender mi regreso. Que esas son las reglas del juego. Pero acepto, libremente... y también por obligación, porque “la vida -me digo- es así”. Así es el mundo,
así soy yo,
así es mi vida.

Si hay en mi repertorio de sueños alguno que sea un mensaje existencial nítido, es este.

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