el ánimo abatido, transido de dolores
y así me dirigí a los rojos verdores
que pueblan las cañadas de pretéritos prados.
Luego me di la vuelta, renaciendo al viraje
que aunque no quise nunca, obtuve para mí;
y volví a verla allí, diciéndome que sí,
que quería adentrarse conmigo en el follaje.
La luz, la luz tan solo permanecía quieta
en aquel carrusel de lentas agonías.
No logré descifrar las azucenas frías
ni aflojar el cordel que ataba mi chaqueta.
Un sinfín de reflejos reflejaba el espejo
y todos reflejaban mi cintura de viejo.
(Jorge Luis Forges: "Ni sueño, ni nada." El tigre de los oros, Enecé Editores.)
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