"qué grata la mortaja del desierto, qué delicioso el aire de la mina,
cómo cantan los lodos desplazándose
qué oscura y clara máquina varada".
Venimos juntos, difuntos y olvidados
entonando sin ritmo ni armonía,
adelantando el cuello para verte,
sin más fin que la imagen que nos prestas si sueñas
que nos deja ser vistos otra vez.
Y tú respiras, te acurrucas, roncas, te sonríes
y disponemos del arte de ser formas dinámicas
y no queremos ni asustarte ni impacientarte
sólo que sigas durmiendo.
Esta noche iba a ser imposible salir a tiempo
porque ella, que siempre fué pronta,
se tropezaba así con su torpeza, no podía
recordar que hay que vestirse
para ir a la calle. Y así, despistada,
tomaba la mamá mucho más tiempo
que si lista estuviese a la primera.
Y tú estabas tranquilo y sonreías
aunque pusieses morros y dijeses
"¡que vamos a perder el tren!"
La nostalgia del mundo
-lo verás-
es incurable.
Lupercio Leonardo de Argensola: "Toma hilachas y hazlas verso". Edic. Iquelo.
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