miércoles, junio 10, 2009

De Méjico hasta Paguí



Me voy de Méjico, aunque no del Su-Rre-A-Lis-Mo ; me voy hasta París, hasta los inicios de la primavera de 1927.

La clínica se llama Saint-Claud. El paciente que, por segunda vez en su vida, se está sometiendo a una cura de desintoxicación del opio, se llama Juan, Juan Coctó, Jean Cocteau en francés.

Ha pasado tres meses sin tener huella de sus sueños. Hace dos días ha recomenzado " a soñar", dice él; a saber de sus sueños, dice el observador escéptico.

Su prosa soporta huellas de su reciente deterioro; esas cicatrices convierten su diario (que dió a la imprenta con el título de Opio) en un autorretrato amorosamente apiadado de sí mismo, erróneo como las "confesiones de un comedor de opio" de De Quincey, y como aquel, exacto y terrible.

Dice, entre párrafos


“Los episodios de los sueños, en lugar de fundirse en una pantalla nocturna y evaporarse rápidamente,vetean profundamente, como el ágata, los parajes oscuros de nuestro cuerpo.

Existe una formación a través del sueño. Ella se antepone a cualquier otra. Puede decirse que una persona formada para siempre a través del sueño es alguien que ha cursado sus inhumanidades a fondo (traducción alternativa castiza: “que se ha currado a fondo los adentros”). Tanto más cuanto que los sueños clásicos, los primeros sueños que visitan la infancia, lejos de ser ingenuos son atridas (sic) y se nutren de tragedias”.

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