Andaba tranquilo, en bicicleta.
Tomé una desviación a la derecha.
Un hombre temible me tomó del brazo, me detuvo, me mandó sacar la cartera y el teléfono. Me estaba robando.
Le obedecí. "Esto es todo", me decía. Qué asco, pero qué alivio. Se acabó. que se quede con el dinero y con... ¿con el DNI también? ...pues con el DNI... y, ¡claro!, va a vaciar mis cuentas con mis tarjetas... pero tampoco es tanto...
Ahora bien: nada terminó ahí. Me hicieron hospedarme en un hotel de carretera. Era un hotel muy particular: era una residencia de estudiantes, y una colección de restaurantes de estilos distintos, y había todo el tiempo fiestas y comidas.
Y no se estaba mal del todo. las fiestas eran fiestones. Pero lamadas de teléfono se mezclaban con clientes que iban y venían. Había calma, complicidad, pero también calma peligrosa y una línea terrible, una amenaza letal.
El día anterior iba yo con mi hija, que volvía de colonias, y arrastraba una maleta. En un cantón -una callejuela- nos cruzamos con dos machos jóvenes, cara a cara, tomando ambos algo en la mano. Al pasar junto a ellos uno cerró el puño y pude ver cómo reventaba unas gafas de sol, y decía , -era moreno, rizado, malencarado- ¿"Me estás vacilando?" El otro tenía aire de guiri, de extranjero, pero contestó en perfecto castellano sin retirar su mano "¿Me estás vacilando tú a mí" Y se soltaron y se empujaron y el ruido del empujón sonó como una bofetada. Mi hija y yo proseguíamos por la callejuela, y yo sentía a ambos venir, empujándose y subiendo la voz, detrás nuestro. Y me decía que seguro que se fijaban en la cría, y que no armarían pelea seria ante alguien tan niña, y movía yo la maleta como ondulando, paa que viesen a las claras que éramos inocentes, ajenos; y así parecieron entenderlo, porque la violencia cedía, pero...
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