domingo, julio 30, 2006


Los sueños y los Libros.- 1



En este ir y venir al embate de los sueños volveré a menudo a unos cuantos libros: quiero irlos presentando.

1) Los sueños en la antigüedad tardía, de Patricia Cox Millar. Editado por Siruela en su Biblioteca de Ensayo, con traducción de María Tabuyo y Agustín Lopez, Madrid 2002 el texto original está fechado en 1994.


Se nos dice que la autora es profesora de religión en una Universidad “de Siracusa”. Ella nos dice que “el curso de investigación que ha dado origen a la elaboración de este libro tuvo su origen en el asombro ante la afirmación de un teólogo africano que manifestó, a finales del siglo II, que la mayor parte de la los seres humanos obtienen su conocimiento de Dios de los sueños.”; e identifica más tarde a ese teólogo como Tertuliano.

El libro está dividido en dos secciones. La segunda acoge a cinco soñadores de aquel siglo segundo de la era cristiana: Perpetua, una mujer joven, condenada a martirio en Cartago por dar testimonio de su fe cristiana , Hermás, un reciente converso buscando luz para sus dudas, Elio Arístides, un prolífico autor romano habitual de las consultas a Asclepio, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Niza, patriarcas ambos y obispos, tardíos en dos siglos respecto de los anteriores. Se conservan testimonios escritos de todos ellos.

La primera parte nos ilustra acerca de las consideraciones que se hacían aquellos antepasados nuestros en lo que toca al universo onírico. Como es de esperar, nos sirve para ver una vez más que “nada hay nuevo bajo el sol”, que los sueños se han utilizado para adherirlos a lo teológico, a lo mágico, a lo psicológico. Que había escépticos y sarcásticos con respecto a las posibilidades de aprovechar tan particulares materiales. Había intérpretes, sanadores, exegetas, suplicantes… Como dice Xavier Krahe,

“en las antípodas, todo es idéntico:
idéntico a lo autóctono”.

Me regalé este libro en cuanto cayó a mi alcance, y lo devoré en una primera lectura… parcial. Esperaba de él cosas concretas: esperaba que me abriese las puertas de una parcela para mí desconocida; suave erudición, capacidad de sugerir, magisterio. Todo eso me lo dio. Sin embargo, una segunda lectura se me hizo más dura que la primera, y esa sensación basculante entre la fascinación y el plomazo sigue dándoseme hoy; nunca sé, cuando lo frecuento, si me va a enganchar o si se me va a caer de las manos. Lo cierto es que sus objetivos no son los míos, así que sus seguros éxitos académicos me tocan más bien de refilón, mientras que los atisbos que me despiertan más excitación los deja a menudo de lado, sin interesarse por seguir esas pistas.
Pero es una estupenda fuente a la hora de buscar referencias; véase un ejemplo: Nos dice que Aquiles Tacio pensaba que…

…”es un recurso favorito de los poderes superiores cuchichear por la noche lo que reserva el futuro, no a fin de que podamos inventar una defensa para prevenirlo (pues nadie puede situarse por encima del destino), sino para que podamos llevarlo con más ligereza cuando llegue. El rápido descenso de acontecimientos imprevistos, que llegan a nosotros todos al mismo tiempo y de manera repentina, sobresalta el alma y la abruma; pero cuando se espera el desastre, esa misma anticipación mediante pequeños incrementos de inquietud, suaviza el borde afilado del sufrimiento.”

Y eso sin que yo sepa nada acerca de Aquiles Tacio... Igualmente pone a mi alcance a Homero, a Aristóteles, a Artemidoro, a Silesio, a Macrobio… y a tradiciones rabínicas de exégesis de textos bíblicos. Por todo lo cual le estoy muy agradecido al libro, a su autora, a sus traductores y a su editor.