jueves, septiembre 25, 2008

La Insistencia (cuidado con lo que pides, no lo vayas a obtener...)

Relatos que proceden de antiguas culturas dan a menudo ejemplos de que, para alcanzar la deseada claridad en os mensajes de los sueños, a veces -a menudo- HAY QUE INSISTIR.

Me gusta contraponer esos relatos a mi creencia contemporáneo-papanatas de que siempre-todo-viene-de golpe y a-la-primera.
Aunque el debate enre los partidarios de la realización gradual y la realización súbita termina por inclinarse hacia estos a nada que se profundice, lo gradual, ¡qué duda cabe! es esencial.
En un post muy anterior incluí una sesión de trabajo gestáltico con sueños
llevada por Paolo Quatrini, en la que este viejo amigo señalaba que los sueños
bien pueden incluir mensajes equivocados; hay que insistir con ellos hasta que rindan su mensaje existencial real.

"San Cucufato, ¡los cojones te ato!
¡Hasta que no me ayudes, no te los desato!", que diría San Javier Krahe.

Tres relatos diluvianos tengo ahora en la cabeza: el bíblico, en el que un dios dice a Noé; el gilgamésico, en el que el viento entre las cañas habla a Utnapishtin y este que sigue, en el que los sueños, indiferentes al destino del hombre, locos, pero certeros, infalibles, actúan en la función.

Cuenta Eduardo Galeano que...

" ciertas comunidades que vivían al pié de la cordillera de los Andes veían con gran descontento cómo los animales alcanzaban a trepar hasta un poco más allá del techo del mundo y, una vez llegados allí, atiborrarse de las riquísimas frutas que pendían de la copa del Árbol de la Abundancia. Porque ellos, los humanos, no eran capaces de aquella ascensión, y su envidia crecía día a día.

Se juntaron los jefes, fumaron sin parar se preguntaron “¿qué haremos?”.

Uno de ellos soñó , y en sueños convocó un hacha. Al despertar, tenía en la mano… un sapo. Con él llegó hasta la base del tronco del árbol y la golpeó fuertemente, buscando talarlo. Pero el sapo echó el hígado por la boca
sin mellar la madera.

“Este sueño ha mentido” , concluyeron los jefes. Y otro jefe se internó en sus sueños en busca de un hacha. Pidió ayuda al gran Padre, y éste le advirtió de que el árbol se vengaría si fuese talado. Pero, ante la insistencia, le puso en la mano un guacamayo.

Con este pájaro, el árbol fue talado: cayeron las ramas, y una lluvia de alimentos. Y un ruido estruendoso acompañó la inmensa caída, y “la más descomunal de las tormentas estalló en el fondo de los ríos:
se alzaron las aguas y cubrieron el mundo.

Sólo un hombre pudo salvarse, nadando días y días seguidos, hasta encallar en lo alto de una palmera.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dicen, que había tres tambores que venían de la guerra y que el más pequeño de todos, llevaba un ramo de flores. Ram, ram, pataplam.